Bon vivant

domingo, 29 de septiembre de 2019

Jarrón chino


La primera y única vez que escuché la frase fue hace unos años y desde entonces he venido comprobando, una vez tras otra, la verdad que encerraban aquellas palabras, que, visto lo visto desde entonces, a muchos les pasaron inadvertidas. Y diciendo muchos me quedo corto. Debo confesar que, en realidad, estoy convencido de que apenas nadie le prestó atención a aquella frase de boca de Felipe González, dejando al margen al entrevistador, más y cuando él mismo se encarga de vez en cuando de recordar que transita con esa sensación de ser un jarrón chino, un florero. Además, y por si fuera poco la falta de atención que se le presta al Sr. González cuando suelta una frase encriptada, está la memoria, que es débil, muy olvidadiza, cada día más. Incluso alguien tan impertinente como yo, que suelo recordar hasta lo que no ha ocurrido, no recuerdo a qué vino el pronunciarla, pero sí que la soltó cuando ya estaba apartado de las labores de presidente, durante el gobierno náusea de uno de los peores gobiernos que España haya sido capaz de soportar. Uno de esos gobiernos de ineptos y zurupetos que de tanto en tanto se encaraman a la manivela de hacer billetes y acaban con luxación de hombro, ellos, y con miles de millones de deudas, nosotros. Recuerdo que el ex presidente dijo que la frase se la había dicho una persona, a la que él tenía por sabia y con las suficientes horas de vuelo en el mundo de la política como para regalar algún que otro consejo. Pero lo de menos en este caso es quién se la dijo, cuándo, porqué y si las palabras fueron exactamente aquellas, porque tampoco yo las voy a transcribir tal y como las dijo el ex presidente. No hace falta. Hasta con tachones y faltas de ortografía se entenderían perfectamente porque su fuerza reside en el sentido. A mí, particularmente, me parecen de una fuerza tal que, por sí solas, y analizadas fríamente, son capaces de desmontar el andamio ideológico de cualquiera que no utilice la cabeza únicamente para llevar sombrero; son un torpedo de un millón de kilotones en la línea de flotación de la mayor patraña en la que embarcaron a la Humanidad, hace siglos. Y ahí navega ella, remando. La frase fue, más o menos, la siguiente: “…tal persona me dijo: tenga usted cuidado porque siempre habrá alguien más a la izquierda que usted.”
No haré más preguntas, Su Señoría.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Efemérides


Faltan tres días (aviso con la suficiente antelación para que dé tiempo a preparar los festejos con la pompa y el boato que la ocasión merece) para la efeméride de los cinco meses desconectado de toda noticia política emitida por un medio de comunicación, sea cual sea el canal que utilice, la hora, la voz o el estilo de letra. Si usted pensara que es casualidad que esa fecha coincida con la fecha de las últimas elecciones celebradas en España, se equivocaría. No lo es. Fue una desconexión autoimpuesta, parecida al abandono de la costumbre de fumar tabaco: porque me dio la gana. Sin más explicaciones ni preámbulos, como creo que tienen que hacerse las desconexiones con todo aquello que perjudique gravemente nuestra salud, una vez tomada la decisión. El resultado suele ser, ante todo, higiénico, terapéutico; me atrevería a decir que salvífico, de tal manera que habiendo pasado tan solo cinco meses desde que presté atención por última vez a no sé quién que decía no sé qué sobre no recuerdo quién, mi sensación de felicidad ha experimentado un aumento exponencial. Si antes me consideraba una persona feliz, ahora también, pero elevada al cubo. Ya sabe usted que los consejos no sirven de nada porque, de tener algún valor, no se regalarían: se venderían. Pero hágame caso, aunque sea por una vez en su vida: imíteme. Imíteme en lo de dejar de escuchar, leer o ver noticias; en el resto de cosas no es aconsejable imitarme.
Cómo será mi estado de feliz ignorancia, que ahora mismo desconozco si los miembras y las miembros de una especie de tribu que corría por estos pagos fletaron ya unas carabelas y partieron en busca de alguna Venezuela por descubrir, armados con sus ideas de otro para imponer al prójimo un estilo de vida que no querrían para ellos ni en la peor de sus pesadillas, y mucho menos para sus hijos. Ignoro si a estas horas de la noche se habrá aprobado ya la tan ansiada ley por la que todo político se someta semanalmente a la prueba del polígrafo, al alcoholímetro y al test de drogas. Ignoro todo. Desconozco el momento. Pero, de vez en cuando, olvidándome por un instante de si la folclórica de turno habrá escapado a nado de la isla radiactiva, Capítulo 6, no está tan mal sentarse a pensar durante un par de segundos, justo hasta que me duele la cabeza del esfuerzo titánico.   
Y me digo yo a mi mismo…
¿Alguna vez nos hemos parado a pensar sobre el personal que está invadiendo la política de nuestro país y, sobre todo, por qué? Si usted tuviera una empresa… ¿contrataría a esta gente para cualquier cometido a sabiendas del riesgo que correría? Cómo llega un país a aceptar que la gente que tiene que tomar las decisiones más importantes sobre ese país y la vida de sus gentes carezcan de la más mínima categoría, inteligencia (la maldad no es inteligencia, es maldad) y bagaje profesional. En qué nos han convertido que aceptamos que, en esta supuesta democracia, el recuento de votos de unas elecciones (el único momento en el que, según dicen, tú decides) (ay, ay, ay, ya, ya pasó…la risa, otra vez) lo pongan en manos de unas empresas que lo llevan a cabo …¡¡¡CON UN PROGRAMA INFORMÁTICO!!! Sólo hay algo más manipulable que el ser humano: un programa informático.
Los países permiten que, a los puestos donde se decide sobre la vida y hacienda de los demás, en lugar escoger para ello  a las personas más capacitadas, a las que serían capaces de tomar las mejores decisiones para el bien común a cambio de remuneraciones por encima de lo que obtendrían en la empresa privada, pueda acceder mi tía Blasa y el presidente de mi escalera, presidenta consorte incluida, cuando todos los vecinos sabemos que ese título de doctor en billar a tres bandas que cuelga de la pared de su retrete es falso. Falso como el Iscariote.
¿Y todavía quedan personas que se preguntan por qué funciona así de mal el mundo y por qué los países y sus gentes se cuelan por el desagüe de la historia?
Serán preguntas retóricas, ¿no?

martes, 10 de septiembre de 2019

Sobre la Manipulación


No me extraña que el ser humano sea tan manipulable si dicen que fuimos creados con barro. Cualquier día se descubre que en realidad era plastilina del bazar Chang. En el ranking universal de especies maleables con capacidad limitada de razonamiento, el ser humano debe estar entre las cinco primeras; luchando a codazo partido por subir al pódium e instalarse allí por un par de eternidades.
Manipulable: palabra que siempre nos queda ajena porque suele pertenecer al ámbito de “el otro”. Es al vecino a quien manipulan. Es a los baluchistanís. A los tontos, a los necios, a los pobres, a los del tercero B. A cualquiera menos a nosotros, pensamos, incapaces de abrirnos a la posibilidad de que seamos nosotros los que colgamos al final de los hilos, de ver que la Edad Contemporánea dejó paso (o quizá perteneció siempre), allá por los tiempos de Maricastaña, a la Edad de la Manipulación.
Todos-estamos-de-cuatro-patas-ahí, lamento anunciarle y no es por amargarle el yogur.
Y cuanto más progreso más manipulación y más fácil ejercerla. Para verlo, basta con encender (de momento encender; incendiar vendrá luego) un televisor a la hora de las noticias en “prime time” y dejarlo así durante cincuenta segundos. Allá usted si se excede en la dosis.
Progreso: una de esas palabras que, cuando la oigo, me causa el mismo efecto que la palabra Mufasa a las hienas del Rey León: me parto de risa y me estremezco de miedo. ¿Alguien es capaz de mantener que el mundo está progresando en algo sin que se le descubra beneficio por ello o el aliento le huela a cazalla de alambique casero? Recuerdo que hubo un tiempo en que esa palabra se colocaba dos frases más allá, o más aquí, de otra arma de manipulación masiva, ésta letal: La liberación de la mujer.
La liberación de la mujer: ésta la inventaron en los años setenta e iba íntimamente asociada a las portadas de las revistas y las películas en las que se podía ver a una mujer sin paños menores. En aquel entonces ya me preguntaba qué tendría que ver eso con la liberación de la mujer. En todo caso correspondería a la liberación del hombre y la lesbiana, que eran los que disfrutaban del hecho, y no a la de la mujer. En ese aspecto tendrían que haber sido hombres los que apareciesen desnudos para alegrar la vista de las mujeres. Barrunto, y reconozco de antemano que puedo estar equivocado, tanto en esto como en todo, que la liberación de alguien, sea lo que sea, irá más por liberarlo, por ejemplo, de tener que trabajar, en el mejor de los casos, ocho horas al día, más una hora de viaje, más llevar una casa, más atender a los hijos, más un largo etcétera en el que cada cual puede añadir su circunstancia personal. Y todo esto para ganar una cantidad de dinero que, sumada a otra de igual calibre, permita vivir endeudado durante el suficiente tiempo de una vida como para preguntarse “pero… ¿yo qué he hecho?”
¿Aquello era la liberación de quién? Perdone, no le oigo. La “liberación de la mujer” se parece más a una venta de algo relacionado con la industria y su demanda que a nada que les haya ahorrado frustración a millones de mujeres.
Y así podría seguir enumerando palabras y frases del catálogo sin fin de la manipulación de las masas hasta el fin de los años bisiestos. Es un pozo sin fondo. Particularmente, siempre me divertía imaginar que los que inventaban estas cosas era un grupo reducido de gente que se reunía por las noches a las diez con una caja de Jack Daniels y un kilo de coca colombiana: a las once empezaban a desbarrar y a parir ideas con las que burlarse del personal y amargarle la existencia. Por otro lado, desconozco si una sola de las teorías de la conspiración que circulan por el mundo, con la ayuda del aparato que estas mirando en este momento, es cierta en su totalidad, en parte o en nada, pero he llegado a una disyuntiva a este respecto: o alguien manipula a la Humanidad a su voluntad y antojo o la Humanidad es una especie animal que no puede vivir en rebaño porque se autodestruye. Uno a uno, maravillosos, eso sí.