No me extraña que el ser humano
sea tan manipulable si dicen que fuimos creados con barro. Cualquier día se
descubre que en realidad era plastilina del bazar Chang. En el ranking
universal de especies maleables con capacidad limitada de razonamiento, el ser
humano debe estar entre las cinco primeras; luchando a codazo partido por subir
al pódium e instalarse allí por un par de eternidades.
Manipulable: palabra que
siempre nos queda ajena porque suele pertenecer al ámbito de “el otro”. Es al
vecino a quien manipulan. Es a los baluchistanís. A los tontos, a los necios, a
los pobres, a los del tercero B. A cualquiera menos a nosotros, pensamos,
incapaces de abrirnos a la posibilidad de que seamos nosotros los que colgamos
al final de los hilos, de ver que la Edad Contemporánea dejó paso (o quizá
perteneció siempre), allá por los tiempos de Maricastaña, a la Edad de la
Manipulación.
Todos-estamos-de-cuatro-patas-ahí,
lamento anunciarle y no es por amargarle el yogur.
Y cuanto más progreso más
manipulación y más fácil ejercerla. Para verlo, basta con encender (de momento
encender; incendiar vendrá luego) un televisor a la hora de las noticias en
“prime time” y dejarlo así durante cincuenta segundos. Allá usted si se excede
en la dosis.
Progreso: una de esas
palabras que, cuando la oigo, me causa el mismo efecto que la palabra Mufasa a
las hienas del Rey León: me parto de risa y me estremezco de miedo. ¿Alguien es
capaz de mantener que el mundo está progresando en algo sin que se le descubra
beneficio por ello o el aliento le huela a cazalla de alambique casero? Recuerdo
que hubo un tiempo en que esa palabra se colocaba dos frases más allá, o más aquí,
de otra arma de manipulación masiva, ésta letal: La liberación de la mujer.
La liberación de la mujer:
ésta la inventaron en los años setenta e iba íntimamente asociada a las portadas
de las revistas y las películas en las que se podía ver a una mujer sin paños
menores. En aquel entonces ya me preguntaba qué tendría que ver eso con la
liberación de la mujer. En todo caso correspondería a la liberación del hombre
y la lesbiana, que eran los que disfrutaban del hecho, y no a la de la mujer.
En ese aspecto tendrían que haber sido hombres los que apareciesen desnudos
para alegrar la vista de las mujeres. Barrunto, y reconozco de antemano que
puedo estar equivocado, tanto en esto como en todo, que la liberación de
alguien, sea lo que sea, irá más por liberarlo, por ejemplo, de tener que
trabajar, en el mejor de los casos, ocho horas al día, más una hora de viaje,
más llevar una casa, más atender a los hijos, más un largo etcétera en el que
cada cual puede añadir su circunstancia personal. Y todo esto para ganar una
cantidad de dinero que, sumada a otra de igual calibre, permita vivir endeudado
durante el suficiente tiempo de una vida como para preguntarse “pero… ¿yo
qué he hecho?”
¿Aquello era la liberación de
quién? Perdone, no le oigo. La “liberación de la mujer” se parece más a una
venta de algo relacionado con la industria y su demanda que a nada que les haya
ahorrado frustración a millones de mujeres.
Y así podría seguir enumerando
palabras y frases del catálogo sin fin de la manipulación de las masas hasta el
fin de los años bisiestos. Es un pozo sin fondo. Particularmente, siempre me
divertía imaginar que los que inventaban estas cosas era un grupo reducido de
gente que se reunía por las noches a las diez con una caja de Jack Daniels y un
kilo de coca colombiana: a las once empezaban a desbarrar y a parir ideas con
las que burlarse del personal y amargarle la existencia. Por otro lado, desconozco
si una sola de las teorías de la conspiración que circulan por el mundo, con la
ayuda del aparato que estas mirando en este momento, es cierta en su totalidad,
en parte o en nada, pero he llegado a una disyuntiva a este respecto: o alguien
manipula a la Humanidad a su voluntad y antojo o la Humanidad es una especie
animal que no puede vivir en rebaño porque se autodestruye. Uno a uno,
maravillosos, eso sí.
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